La verdad es que nunca la
conocí personalmente. Para mí es esa señora de bata rosada y cabello castaño un
tanto claro, recogido; de vista un tanto estricta, un tanto determinada, un
tanto fuerte. Esa foto está en mi casa, en la casa de mi hermano, en la casa de
mi madre. Siempre allí, observando.
Mamá nunca se enfrascó a
contarme mucho sobre ella así que lo poco que sé se lo debo a ella y a sus
historias sueltas. En una era una señora que crió a 7 hijos prácticamente sola.
Mamá nunca habló de su padre solo para referirse a él como “ese hombre” o para
decir que no sabía si seguía vivo o muerto pues “se fue hace mucho”. Nunca le
importó él sino más bien ella, quien se dedicó a cuidarla junto a sus hermanos.
Todos sus hijos viven y todos
han tenido hijos a su vez pero, de pequeños, la abuela se encargó de criarlos
bajo el escudo del trabajo y el respeto: que uno fuese mayor que el otro no le
daba derecho a irrespetar al menor. Eso sí, se respeta siempre a los adultos y
mucho más a los desconocidos. Aquel desconocido que se atreviese a decir que
uno de los hijos de la señora Trinidad era un mal portado, era hijo que recibía
una paliza segura. Y no solo mal portado: aquel hijo del cual se dudase de su
buena educación y honestidad, era hijo que recibía una paliza más grande.
A pesar de esto, la abuela
siempre fue amada tanto por sus hijos como por la gente que la rodeaba. Una
mujer seria, nada chismosa, que se dedicaba al hogar y a hacer que sus hijos
echasen pa’lante como fuese. Con muy poco de educación, con un poco más de
trabajo, pero con muchos valores y principios morales bien implantados en ellos
como si de raíces se tratasen.
Mujer dedicada y solemne a la
que un cáncer de útero se llevó entre gritos de dolor y la posibilidad de la
brujería. La amiga que la cuidó en la agonía. Pueblo pequeño, infierno grande. Digamos que mientras más pequeño,
más grandes son las sonrisas de algunos quienes dicen quererte.
Mamá estuvo
allí con ella hasta al final, junto a la mejor tía que me haya concedido la
vida. Al menos a esta última pude conocerla, pero quizás me hubiese gustado
conocer a la abuela Trina también. Entonces pudiese ver de otra forma esos ojos
severos envueltos en aquel pelo recogido. Pudiese entender y apreciar aquellos
ojos rodeados por la bata rosa.
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