“¿Y qué se te quedó ahora, Onei?”

Sinceramente, no sé cómo titular esto (unos minutos más tarde supe cómo).



La cosa es que, desde hace ya tres años más o menos, he sido testigo, en cierta manera, de bajas importantes en mi familia.

La primera fue mi tía favorita. Una mujer siempre alegre, positiva, amigable con todos y dispuesta a ayudar a quien sea como pueda. Recuerdo su humor cuando operaron a mi mamá. Fue la única que nos mantuvo cuerdas a ambas. Recuerdo su sonrisa en el baby shower de mi sobrina. Era una mujer magnífica.

Dos años después, el año pasado, la siguió otra tía tan amable como ella. Mucho más comedida pero tanto o más de buena gente. Nos cuidó a mis hermanos y a mí cada vez que la visitábamos como si fuésemos sus hijos. A diferencia de mi tía favorita, las últimas cosas que recuerdo de ella no son precisamente alegres: ya estaba enferma cuando se fue.

Este año, el día de ayer a las 9:25pm aproximadamente, se fue otra persona más. Lo curioso es que estas dos tías eran esposas de los hermanos de mi madre. El hombre que se fue ayer era mi padrino. Desde que tengo memoria, siempre ha sido nuestro vecino: nos separan sólo unos cinco pasos. De él quizás recuerdo tanto o tan poco que lo único que se me viene a la mente es una vez que casi discutimos por diferencias políticas: él era chavista. Lo otro era una reunión: no recuerdo si mis quince años o mi graduación, pero estaba borracho y me abrazó fuerte, diciéndome que me quería y que era como otra hija para él. Lo último fue verle comer galletas y luego pedirme una marilú de chocolate. Estaba bien. Recuerdo hace mucho que leía Las venas abiertas de América Latina y que no hace tanto le pasé películas para que viera. Le puse Interstellar.

Anoche se fue, 

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