Son las flores que he visto. Las orquídeas de mi madre, las florecitas amarillas del balcón de mi ventana.
Está compuesto también de gente. Aquella que va y viene en mi vida. Aquellos de quienes esperé algo alguna vez y de quienes aprendí a no esperar nada. Los que me saludan para quedarse y veo con desconfianza por hacerlo.
Mi hanami personal también cuenta con una, dos, tres personas sin suerte. Esas que te cuentan su historia y sabes lo afortunado que eres muchas veces.
Tiene una playlist colectiva. Canciones prestadas, compartidas, robadas, descubiertas y fortuitas. No cuenta año ni género, pero sí melodía y gallos sueltos.
Posee piedras y errores de camino. Los que no aprendes hasta que los llevas al límite y los que aprendes de otros aunque digan que así no se aprende.
Mi hanami personal está compuesto de frases, extractos y libros. De historias tuyas pero ajenas y besos y abrazos de otros cuentos.
Lleva en sí fotografías y momentos, así como colores y lugares. Olores y sonidos que me recuerdan a un pueblo u otro, a pesar que sean realmente pocos los que haya pisado.
Tiene gente que se alegra por dos lochas o desespera por ellas. Gente a quien le roban lo que creen es conocimiento. Gente acostumbrada y gente renegada.
Está compuesto de agua, sobre todo, que cumple con su ciclo y vuelve una vez más para repetir el proceso.
No es mí muchas veces. Pero muchas veces soy quien está para observarle.
(#YOLO)
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